Desde una perspectiva de alineamiento de definiciones, solemos entender la matriz energética, mezcla energética o mix energético, como una representación cuantitativa de la totalidad de energía que utiliza una zona estudiada, e indica la incidencia relativa de las fuentes de las que procede cada tipo de energía: nuclear, hidráulica, solar, eólica, biomasa (materia orgánica, es decir, restos animales y vegetales), geotérmica, combustibles fósiles (petróleo, el gas, carbón). Y es que la matriz energética no solo incluye las fuentes empleadas, sino también el porcentaje de cada fuente. La zona estudiada puede ser un país, un continente o todo el mundo. Está demás decir que la matriz energética tiende a variar a lo largo del tiempo.
Combatir la crisis climática. Descarbonizar la economía global. Substituir los fósiles por energía de fuentes limpias sostenibles. Neutralidad de Carbono. Todas estas expresiones permean nuestro vocabulario contemporáneo y dio paso a la gran iniciativa global de la Transición Energética, que más correctamente debemos verla no como una, sino como un conjunto de transiciones, con cada país o región siguiendo su propia hoja de ruta. El fundamental desafío es que, por su propia esencia global, en donde imperan las realidades locales, regionales y coyunturales, parece que el proceso jamás podrá se armónico, ni homogéneo, ni podrá ser impuesto.
Siendo un sistema energético la manera como una sociedad produce, consume y gestiona energía para crear crecimiento económico y prosperidad, debemos entender el sistema energético global como un organismo complejo, multidimensional, interrelacionado, de frágil equilibrio entre demanda y suministro, y que ha venido evolucionando durante muchas décadas—siglos, para ser más exactos.
Advertimos de que una lectura superficial y sin un criterio crítico del tema de transición energética nos podría dejar con la impresión de que alterar el sistema energético global se trata apenas de metas desafiadoras, promesas alentadoras, compromisos fácilmente alcanzables y, en el mejor de los casos, ‘desviar inversiones que hoy van a la industria de combustibles fósiles hacia la industria de fuentes renovables de energía’.
Esa puede ser una banalización de lo monumental del desafío. Y dicha banalización puede motivar a algunos países a promulgar legislaciones y adoptar políticas públicas que riñan con la capacidad real de promover los cambios deseados sin causar repercusiones socioeconómicas perjudiciales.
Visto desde una perspectiva global, o desde una perspectiva local, lo que tenemos por delante es complejo, exige enormes cantidades de capital, lleva mucho tiempo, y de no ser prudentes, los riesgos a la seguridad energética pueden superar los beneficios de una transición gradual a largo plazo.
Independientemente de si la matriz energética de un país o región es producto de la evolución de su sistema energético a lo largo del tiempo, o producto de planes nacionales o regionales de energía, o la combinación de ambos, lo cierto es que el mix energético que posea lo expone, en mayor o menor grado, a volatilidades de los precios internacionales, a alteraciones climatológicas, a dependencia de importaciones, a la salud financiera del país o región, consideraciones geopolíticas, etc.
Las hojas de ruta que escojan las naciones tienen que ser holísticas e inclusivas, respetando principios fundamentales de una transición energética sostenible. Como nos dice la ONU en su Informe Temático sobre Transición Energética, “La transición energética no es un proceso uniforme, único para todos. Refleja diversas prioridades e implica una combinación de habilidades, tecnologías, políticas, finanzas y recursos. Mientras que el camino específico al objetivo final depende de las circunstancias individuales, el destino es común. El proceso debe ser justo, inclusivo y sistémico para garantizar que nadie se quede atrás. La cooperación internacional y regional es fundamental para facilitar el intercambio de experiencias y buenas prácticas.” Afirmamos que la meta de descarbonización de las economías no posee un único camino; son diversos los rumbos a seguir para llegar a ella en el horizonte deseado.
El sistema energético está íntimamente entrañado en el sistema económico. De ahí que, alterar el sistema energético significa, inexorablemente, alterar el sistema económico—para el bien o para el mal. Por eso afirmamos que la transformación de la matriz energética obligatoriamente tiene que ser coherente en sus aspiraciones, cuidadosa con el delicado equilibrio de las fuerzas de suministro y demanda, en base a rigor científico, y siempre teniendo como norte los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de Naciones Unidas, para acabar con la pobreza, proteger el planeta y garantizar que todas las personas disfruten de paz y prosperidad. Solo así aspiraremos a lograr un verdadero desarrollo sostenible.
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